Barranquilla – Un tramo del Tajamar Occidental de Bocas de Ceniza colapsó en el kilómetro 6, dejando al descubierto la magnitud de un deterioro que desde hace años venía siendo advertido por la comunidad. La fractura de al menos un metro de vía cedió hacia el río Magdalena y amenaza con aislar el paso hacia Puerto Mocho, afectando a pescadores, mototaxistas y a las familias que dependen de ese acceso.
La emergencia se presenta a unos 200 metros más adelante de la segunda playa de Puerto Mocho. En ese punto, el terreno se redujo a un sendero estrecho que apenas permite el paso de motos y peatones. Con las lluvias recientes, la socavación avanza con rapidez, lo que incrementa el temor de quienes habitan y trabajan en el sector. Para los barrios Las Flores y La Playa, el riesgo es más que evidente: si la erosión sigue su curso, la conectividad y la seguridad de estas comunidades quedarán en juego.
El impacto social de un colapso anunciado
Los vecinos de Las Flores cuentan que cada día el camino se achica más. Mototaxistas que trasladan turistas a Puerto Mocho y comerciantes locales calculan que un cierre total representaría pérdidas de hasta un 90 % en sus ingresos. “Hoy solo nos queda un trayecto corto, si se cierra, nuestra economía se desploma”, afirmó uno de los conductores que hace la ruta diaria hacia la playa.
Para los pescadores, el panorama no es diferente. La vía colapsada es el punto de salida hacia el mar, donde desarrollan su trabajo. La erosión no solo amenaza la movilidad, sino también el sustento de decenas de familias que dependen de la pesca artesanal.
La comunidad ha documentado la situación en videos y fotografías que circulan en redes sociales. En ellos se observa cómo la estructura cede poco a poco, con bloques de tierra y roca desprendiéndose hacia el cauce del Magdalena. Los habitantes insisten en que no se trata de un hecho aislado, sino de un proceso de deterioro acumulado por la falta de mantenimiento.
Falta de mantenimiento y llamados de alerta
Lucas Ariza, director de Asoportuaria, aseguró que la socavación es consecuencia directa de la falta de mantenimiento. “El tajamar occidental es clave para el acceso al puerto de Barranquilla y para la seguridad de la ribera, pero lleva años sin intervenciones serias”, explicó. La entidad hizo un llamado a Cormagdalena para que se realice una inspección urgente en la zona y se definan acciones inmediatas.
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El deterioro de los tajamares de Bocas de Ceniza no es nuevo. Desde el año 2000, diversos reportes técnicos habían advertido sobre la erosión progresiva de la estructura. En 2016 se ejecutó el último refuerzo, con la colocación de 4.236 metros cúbicos de roca en espolones, pero desde entonces no se han hecho nuevos trabajos de gran alcance.
La situación se complica aún más si se tiene en cuenta que los intentos de crear una Asociación Público Privada (APP) para garantizar el dragado y mantenimiento del río Magdalena han fracasado en varias ocasiones. Primero, el proyecto quedó enredado con el escándalo de Navelena; luego no tuvo oferentes durante el gobierno de Iván Duque; y en el actual gobierno de Gustavo Petro no se retomó el proceso. El resultado es un vacío que se traduce en riesgo permanente para la navegación y las comunidades aledañas.
Una obra centenaria en crisis
Los tajamares de Bocas de Ceniza fueron inaugurados en 1936 como parte de una de las obras más emblemáticas de ingeniería hidráulica del país. Desde entonces, han permitido la entrada y salida de grandes buques al puerto de Barranquilla, además de contener la presión del mar sobre el río. Sin embargo, sin mantenimiento constante, la erosión del mar y el flujo del Magdalena se convierten en una fuerza difícil de contener.
Antiguos residentes de la zona recuerdan cómo, hasta hace dos décadas, un tren de vagones surtía diariamente de rocas a la estructura. Esa labor constante de refuerzo desapareció con la privatización de los puertos y desde entonces los tajamares quedaron a la deriva.
Hoy, la ausencia de un plan sostenido de conservación se refleja en puntos críticos como el kilómetro 6. El colapso parcial es apenas una muestra de lo que puede suceder si no se actúa con rapidez.
Riesgo para la movilidad y el turismo local
El impacto del colapso no solo se mide en cifras de erosión. En lo cotidiano, la vida de los habitantes de Las Flores, La Playa y Puerto Mocho ya se ve afectada. Mototaxistas deben reducir la velocidad para transitar por un camino cada vez más estrecho, turistas se muestran inseguros de llegar hasta la playa y pescadores temen quedar sin salida hacia el mar.
El comercio local, basado en el transporte de pasajeros y en la venta de productos pesqueros, comienza a registrar caídas significativas. Asociaciones de mototaxistas aseguran que, de perderse el paso, la actividad caería casi por completo, arrastrando con ello a decenas de familias que dependen de esa economía de proximidad.
Llamado ciudadano
Vecinos organizados en veedurías ciudadanas reiteran que el deterioro de los tajamares no es un asunto menor. Consideran que la fractura del kilómetro 6 debe ser tomada como una señal de alerta nacional, no solo por el impacto sobre las comunidades locales, sino por las implicaciones en la seguridad del canal de acceso al puerto de Barranquilla. La sedimentación, la pérdida de control hidráulico y los riesgos de inundación son amenazas latentes.
“Lo que estamos viviendo es la consecuencia de más de 15 años sin intervenciones serias. El tajamar sostiene la presión del mar sobre el río, si colapsa en un punto mayor, el daño sería incontrolable”, indicó un líder comunitario de Las Flores.
La ciudadanía insiste en que se requiere una intervención inmediata que combine medidas de emergencia y un plan de largo plazo. Mientras tanto, cada día que pasa, la erosión avanza un poco más sobre una estructura que ha sido vital para la historia portuaria y para la vida de miles de personas en Barranquilla.
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