Barranquilla D.E.I.P - La entrada de Tatiana Ángulo Fernández de Castro a su Palacio Real será un recuerdo imborrable en la historia del Carnaval. En una noche mágica, donde la ciudad brillaba con la luz de las estrellas y la emoción de una nueva reina, Tatiana hizo su ingreso bailando con gracia, sosteniendo velas encendidas en su mano, iluminando su camino como faros de esperanza y alegría. Estas no solo iluminaban su camino, sino que también se convirtieron en un poderoso emblema de su pasión y entrega.
Envuelta en un vestido dorado que resplandecía con cada movimiento, mientras las tamboras marcaban el ritmo vibrante de la cumbia, la reina, con su porte majestuoso, danzaba con una pasión que trascendía la danza misma. Fue entonces cuando la cera de las velas comenzó a derretirse lentamente sobre sus manos, transformándose en un símbolo de entrega y amor profundo por la cumbia, el Carnaval y su gente. La cera, que caía suavemente sobre su piel, no representaba dolor, sino una metáfora de las espinas que acompañan el gozo de las rosas. En cada gota, Tatiana veía un acto de devoción, un recordatorio de que el verdadero disfrute se encuentra en la entrega plena.
Su sonrisa serena reflejaba la alegría pura de una mujer que vive cada momento de su reinado con el corazón lleno de amor por su tierra y su tradición. Cada paso que daba era una celebración, y la cera derretida sobre sus manos se convertía en un testimonio de que, aunque las rosas puedan tener espinas, el amor por lo que se hace transforma cualquier desafío en un deleite. Así, Tatiana danzó, radiante y sin miedo al calor de las velas, porque su pasión por el Carnaval nunca se apaga; al contrario, se ilumina con cada baile, con cada risa, con cada corazón que late al ritmo de Barranquilla.
En el Palacio Real 'La Bacana', ese templo de la alegría y la tradición, Tatiana no solo se presentó como reina, sino como el reflejo de lo que significa el Carnaval: entrega, pasión y una llama que nunca se apaga. Mientras sus velas ardían, su corazón también lo hacía, iluminando la noche barranquillera con un fuego que no se extinguirá, porque el amor por el Carnaval perdura más allá de las velas, más allá de la cera derretida sobre sus manos.