Barranquilla, D.E.I.P. - La brisa cálida de febrero agitaba los estandartes coloridos mientras la ciudad se vestía de fiesta. El Carnaval de Barranquilla volvía a inundar las calles de alegría, música y tradición, pero había un grupo de protagonistas cuya presencia le daba un significado aún más profundo a la celebración: nuestros abuelitos.
Ellos, los guardianes de la memoria festiva se desplazaban con paso firme por el desfile de La Guacherna.
Sus cuerpos, marcados por los años, parecían rejuvenecer con cada tamborazo. Con una cadencia natural, movían sus caderas al son de los ritmos de la cumbia, el mapalé y el merecumbé, evocando tiempos donde la danza era su lenguaje diario. Sus ojos brillaban con una mezcla de nostalgia y orgullo, como si el tiempo no hubiera pasado. cada paso acompasado, cada giro con elegancia, hablaba de una historia heredada de generación en generación. Son ellos quienes nos enseñaron el arte de sentir el Carnaval, de vivirlo con la pasión que solo Barranquilla conoce.
Las calles de Barranquilla los acogían con ovaciones y palmas. Allí estaban, impecables en sus atuendos de fiesta, desafiando el tiempo con una sonrisa amplia y una energía que parecía inagotable. No importaba la edad ni el peso de los años; en ese instante, eran jóvenes otra vez, volviendo a la pista como en sus mejores épocas.
Eran los abuelitos, los dueños y custodios del Carnaval, quienes, con cada giro y cada historia contada entre acordes de flauta de millo, nos recordaban una verdad inquebrantable: en Barranquilla, quien lo vive es quien lo goza.